¿Conocen algún hecho interesante sobre el transporte en el mundo? ¿Han tenido experiencias curiosas con algún medio de transporte?
He escogido dos experiencias mías de dos medios de transporte público diferentes y de distinto país para abrir boca, unas que me parecieron curiosas en su momento. Esta conversación ha sido concebida para compartir información, experiencias, anécdotas o simplemente comentar sobre cualquier medio de transporte (público, privado, local, etc.), eso sí, en primera persona.
Solía usar a menudo la entrada a la estación de metro Manuel Becerra de la línea 2 de Madrid y, en un país en el que se circula por la derecha, no entendía por qué la entrada y la salida de torniquetes se dispusieron en la parte izquierda en lugar de la habitual derecha. ¿A dónde quiero llegar? A que los pasajeros que salen por la izquierda se dan de bruces con los que han bajado la escalera de acceso al vestíbulo por su derecha y estos últimos se tienen que cruzar rápidamente a la izquierda para llegar a los torniquetes de entrada. Es muy fácil, sobre todo en horas punta (la foto está realizada en horas valle), quedar atrapado entre dos torrentes de gente o ser golpeado por pasajeros apresurados que se desplazan en un sentido que no es el usual para ellos. Tras haberme hallado en estas situaciones y, asimismo, por curiosidad, decidí hacer una consulta a la atención al cliente de Metro de Madrid. La contestación a dicha comunicación, en la que les preguntaba por la razón de esta disposición anómala de tornos de entrada y salida, fue pronta y amable; puedo resumirla en que lamentaban las molestias ocasionadas y trasladaban el escrito al departamento correspondiente para su conocimiento y efectos oportunos.
Un acto que me llamó la atención al comienzo de mi estancia en Australia, en Brisbane (QLD), fue el hecho de que los pasajeros de los autobuses dieran las gracias al conductor justo en el momento de apearse. De esto hace muchos años, pero me han dicho que la tradición continúa.
Recuerdo una noche de sábado en la que cogí el bus para ir del trabajo a casa. No había más pasajeros en el autobús que un grupo pequeño de adolescentes que volvían a casa —iban «contentillos» ellos—. En un momento determinado del viaje nos topamos con un desvío por obras y el conductor empezó a dar vueltas por el suburbio colindante al mío hasta que, no se sabe cómo, aparecimos en una carretera de un solo sentido que se iba adentrando más y más en territorio boscoso. La cara del conductor hacía juego con las nuestras y, aunque en principio no se puede hablar con el conductor en marcha, este terminó pidiéndonos ayuda para orientarse en la oscuridad, puesto que era nuevo en esa línea y, además, llevábamos ya bastante más de media hora perdidos. Para no hacer este relato demasiado largo, diré que acabamos siendo guiados por un coche de policía a la parada más cercana al desvío. Allí mismo se bajó el grupito de adolescentes —en este punto, más que ebrios, preocupados e incluso algo asustados, tanto por la situación como por encontrar el modo de explicar a sus padres la tardanza en llegar a casa a la hora pactada sin parecer que estaban poniendo excusas—, naturalmente, ¡no sin dar antes las gracias al conductor! Tras ellos me apeé yo, sin dar las gracias para pedir a los policías que, por favor, me llamaran a un taxi y, aunque pudo ser cosa mía perfectamente, me dio la impresión de que el conductor me miró mal. Pero ¿por qué iba a darle las gracias? A partir de ese momento y a pesar de que me parecía algo ridículo, siempre di las gracias al bajar de cualquier autobús en Queensland.
I would greatly appreciate any comments you may wish to offer on this topic. Do you have any information or experiences you would like to share? Thank you.
Buenas tardes:
Voy a contar uno, de momento:
En la estación de metro que más frecuento, que es final de línea, coincidía algunas veces que, al entrar, el panel de «Próxima salida» indicaba 1 minuto, y como la distancia hasta el último vagón es corta (se puede salvar en unos 20 segundos a un paso normal), los usuarios no se apresuraban en recorrerla. ¿Y qué solía pasar? Pues que antes de llegar, el tren pitaba y al momento se ponía en marcha sin que aparentemente hubiera transcurrido ese minuto, de modo que muchas personas se quedaban en tierra (frustradas, por no decir cabreadas).
El problema estaba en que tanto si faltaban 60 segundos para la salida del convoy, como si solo faltaba 1 segundo, la información que daba el panel era de 1 minuto (no existía un cuenta segundos).
Envié un carta al director de la empresa exponiendo esa anomalía, y enseguida me contestó algo parecido a lo que le dijeron a Blasita, o sea, que lo iban a estudiar.
Y es cierto, lo estudiaron y lo corrigieron. En el panel de «Próxima salida» cambiaron el sistema, de forma que el número de minutos de espera iba decreciendo (8; 7; 6…) y después del 2 ya no salía el 1 sino la palabra «inminente». Perfecto, porque así el público se daba prisa y no perdía el tren.
El día que realizaron el cambio dije para mí: ¡Lo conseguí! Pero tengo que añadir que desde el envío de mi carta al director habían transcurrido más de cuatro años. 🙂
Un abrazo.
¡Me encanta este thread, Blasita!
Creo haber visto en una ocasión una estación de esas de izquierdas, no recuerdo cual. Estoy de acuerdo con que es raro y fastidioso.
Recuerdo que me convencieron para montar en un velero en un embalse de Ávila. Prefiero ir por tierra firme pero era un viaje corto y es verdad que el paisaje desde el agua es magnífico. A medio viaje entramos en un remolino de aire y el barco empezó a dar vueltas. El patrón tenía problemas para domar las velas y decidió dejar el velero a la deriva. Tuvimos suerte porque podíamos haber chocado contra algo o contra otro barco. Acabamos muy lejos, mojados, mareados y asustados pero todos bien. Parece que no luchar por enderezar y dejar quieto el barco es lo que había que hacer en estos raros casos aunque nosotros sólo le pedíamos al patrón que hiciera eso, así pues, al final le dimos gracias y más gracias (como al autobusero de Brisbane, jejeje).
Hablando de viajes por el agua, este marzo estuve a punto de irme de vacas con un par de amigos a un crucero por las islas griegas porque me habían dicho que eran preciosas y había una oferta muy buena. PUes menos mal que no fui porque mis amigos les tocó el confinamiento en el crucero y las pasaron canutas para volver a España.
Moraleja: cuanto más lejos de los barcos mejor y el agua para los patos.
Abrazos
Buenos dias a todo,
En el sur de California, hay muy poco transporte público. Hay muchas autopistas. Los coches privados son el medio de transporte más utilizado. El servicio de autobús es bastante bueno en algunas partes, pero poco frecuente en otras.
En San Ysidro, un barrio de San Diego, se encuentra un puerto de entrada internacional entre México y EE UU. El año pasado, hubo casi 10 millones de pasos de peatones por el puerto de entrada. Hay una línea de tranvía que termina en la frontera internacional cerca del puerto y va al centro de la ciudad. Es la línea de tranvía más utilizada del condado. Muchos trabajadores viven en Tijuana, México y trabajan en San Diego.
Hace unos 15 años, se construyó una nueva línea de tranvía desde mi parte del condado hasta la costa lejos del centro y del puerto de entrada. Fue un proyecto muy polemico. La línea pasaba por una universidad y un gran estadio. El proyecto de construcción para construir esta línea de tranvía incluía la excavación de un túnel debajo de la universidad, la construcción de un puente sobre la autopista con ascensores para los pasajeros y el relleno del terreno junto al río para apoyar los rieles. Fue un proyecto carissimo, por el túnel, el puente, los ascensores y el relleno del terreno.
Los críticos del proyecto dijeron que nadie lo usaría. La broma en ese momento era que la linea solamente proporcionaría transporte para los estudiantes ebrios desde la universidad hasta el estadio de fútbol. En ese momento, era presidente de la Cámara de Comercio local, por lo que recibí una invitación para asistir a la exclusiva «gran inauguración» de dicha línea de tranvía. Uno tras otro, los políticos, incluido un ex gobernador de California, dieron discursos a la pequena multitud de invitados. El tema de todos los discursos fue cuán «valientes» y «bravos» fueron los políticos para haber gastado más de 500 millones de dólares en esta nueva línea de tranvía.
Ahora, quince años después, nadie viaja tranvía en la nueva línea. Supongo que los «chicos de fraternidad» borrachos todavía la llevan a los partidos de fútbol, pero en esta época de pandemia, incluso eso está cerrado.
Saludos cordiales.
Hola a los tres:
Muchísimas gracias, Robin, Monic y Steve. Me ha encantado leer vuestros comentarios.
Qué bien que tu comunicación al metro de ese inconveniente en esa estación diera su fruto, Robin. Nunca es tarde si la dicha es buena y, al menos en este caso, se cumplió el dicho.
Sí que debisteis de pasarlo mal, Monic. También yo tuve problemas con los elementos en un viaje en ferri que hice de Perth a Rottnest Island, además de con el transporte por tierra ya en la isla.
Ay, cuánto dinero público se ha empleado en vano también en distintos proyectos de por aquí, Steve. El político de hoy es, en general, una especie que independientemente de la zona del mundo en la que habite no cambia demasiado en lo fundamental. (Sin ninguna intención de peloteo, enhorabuena por tu español).
A ver si vienen más comentarios. :))
Un cordial saludo a todos.
Buenas tardes, amigos queridos:
Me han encantado vuestras anécdotas. Vistas desde mi perspectiva resultan muy simpáticas.
Nunca habría pensado que la lengua materna de Steve no es el español. ¡Enhorabuena por ese dominio!
Hace ya muchos años, cuando mis hijos eran preadolescentes, hicimos un viaje a Andalucía en ferrocarril. Desde el norte de España donde vivimos, eran más de mil kilómetros.
Siempre habíamos hecho el mismo viaje en coche (íbamos a ver a los abuelos dos o tres veces al año), pero en aquella ocasión pensamos que para los chavales podría ser una aventura el viaje en tren.
El de ida lo hicimos sin complicaciones de ningún tipo, aunque cansado y aburrido y sin que provocara ningún entusiasmo en los chicos. El de vuelta sí resultó ser una aventura.
Después de unas cuantas horas de viaje, el tren se detuvo en un páramo de la provincia de Toledo, cerca, decían, de Castillejo-Añover, pero en vía abierta, sin un edificio a la vista, y a ambos lados grandes extensiones de campos resecos, sin árboles de ningún tipo. Un paisaje de lo más desolador cuando la luz del día iba ya en descenso.
Todos pensamos que era una parada técnica, pero los minutos se iban despacio y, cuando había pasado media hora sin que nadie dijera por qué nos habíamos detenido, se corrió la voz de que era una avería en la máquina.
Después de una hora allí parados, comenzaron a bajar algunos pasajeros a tomar el aire y a estirar las piernas, algo difícil esto último porque aquel terreno era un pedregal por el que no se podía caminar con normalidad. Además, como no habían dado permiso para abandonar el tren, tampoco se sabía si en un momento u otro arrancaría sin avisar dejando en tierra a los pasajeros.
Por fin, un empleado de Renfe pasó avisando de viva voz por todos los vagones que todo el convoy estaba inutilizado. Que, si queríamos, podíamos hacer allí mismo el transbordo a un tren de cercanías con destino a Madrid, de los que paran en todas las estaciones, que venía de no sé dónde y llegaría en una media hora. Para ello teníamos que atravesar tres o cuatro vías cargados con todas las maletas y bultos.
Cuando ya todos habíamos descendido del tren e íbamos como podíamos cruzando las vías, vimos que un hombre corría hacia nosotros gesticulando y dando gritos. Nos costó entender que lo que decía era que volviéramos a nuestro tren porque el viaje continuaba hasta Madrid. Que ya estaba todo arreglado. Podéis imaginar a un montón de personas de todas las edades, cargadas de bártulos, yendo y viniendo por aquellos andurriales.
Efectivamente, el tren continuó como si no hubiera pasado nada. Lo que había pasado eran casi dos horas, el mismo retraso con que llegamos a Madrid. La mayoría de los pasajeros teníamos billete con enlace a distintos destinos, pero, claro, no llegamos a tiempo. Nosotros fuimos todo lo rápido que pudimos, prácticamente corriendo, desde la estación de Atocha a la de Chamartín, aunque teníamos muy poco margen, por ver si nos daba tiempo a coger nuestro tren. Pero no lo logramos. Apenas un cuarto de hora, que Renfe no tuvo la previsión de esperar sabiendo lo que había ocurrido, nos dejó colgados, de noche y con dos palmos de narices.
La gente se amontonó en todas las ventanillas para hacer la reclamación por si les facilitaban hotel para aquella noche, devolución del dinero, en fin, estaban todos como en pie de guerra. No me hacía ninguna gracia quedarme en Madrid y continuar el viaje al día siguiente (no me han gustado nunca las aglomeraciones), así que me puse a mirar en los paneles por si había algún tren con salida próxima en dirección norte. Y tuvimos suerte. Salía uno en dirección Bilbao. Sin mirar más, subimos al tren. Hablamos con el supervisor y nos dijo que deberíamos apearnos en Miranda de Ebro, que allí podríamos tomar algún tren de cercanías de la línea de Irún, pero que no nos garantizaba ni asientos, ni la clase primera, ni nada.
Llegamos a Miranda a las seis de la mañana y tomamos el primer tranvía que salía para Irún. En cuanto llegamos, que ya eran casi las nueve de la mañana, fui directa a la oficina de reclamaciones. En mi vida pensé que me abonarían hasta la última peseta:
Del trayecto Madrid-Miranda de Ebro, largo recorrido, por la diferencia de clase (el que teníamos comprado era clase primera. El que tomamos solo llevaba segunda).
Del trayecto Miranda de Ebro-Irún, diferencia del tipo de tren: de largo recorrido a cercanías.
No sé si sería verdad, pero en Irún nos dijeron que había sido una amenaza de bomba lo que nos había detenido cerca de Castillejo-Añover (creo que ahora han desmantelado la estación).
Toda una aventura.
Un abrazo a todos.
Buenas noches:
Muchísimas gracias también a ti, Madri. Tengo la costumbre de dar las gracias siguiendo el orden de personas que responden a mi entrada o comentario; sin embargo, esta vez he pospuesto mi comentario para incluir otra experiencia que he recordado gracias a esta tuya. Sé que a ti no te va a molestar —la confianza da asco, je, je—.
Cuando era pequeña íbamos a veces a Canarias a pasar las vacaciones de verano. El trayecto Madrid-Las Palmas era de alrededor de tres horas y esa vez embarcamos normal y rápidamente. Nuestro avión se posicionó enseguida en la cabecera de la pista de despegue asignada, listo para acelerar y alzar el vuelo, cuando, al poco, abandonó esa posición y empezó a alejarse más y más de la terminal del aeropuerto de Barajas, tanto que dejó lejos las pistas principales pavimentadas para terminar aparcando en un caminito rodeado de césped.
Estaba a punto de haber un motín a bordo en el momento que la voz del piloto anunció que le habían avisado de que una maleta había sido facturada por alguien que no había embarcado y que, por lo tanto, por protocolo, no podían despegar ni volver al centro aeroportuario. Abrieron la bodega del avión y comenzaron a sacar todo el equipaje para después irlo arrojándolo por los alrededores. Nos dijeron que debíamos ir bajando por la escalerilla y a continuación señalar cuál era el equipaje que habíamos facturado. Era un mediodía de un día veraniego y estábamos bajo una buena solanera. Yo simplemente estaba ojiplática. Tras el complicado tiempo de la búsqueda de las pertenencias, nos informaron a voces de que teníamos que caminar hasta la puerta tal de la terminal del aeropuerto sin dejar ninguna maleta u objeto personal atrás, que un trabajador de tierra nos guiaría. Recuerdo que yo llevaba solamente un capazo de mimbre y una bolsa de mano, lo que ya era mucho para mi peso; los adultos iban cargados como mulos. En aquella época las maletas no tenían ruedas y solían ser bastante pesadas; las nuestras eran de cuero y pesaban como el demonio. Estoy segura de que, a pesar de los muchos años que han pasado, la razón de recordar este incidente en concreto tiene su origen sobre todo en esa larga y penosa caminata.
En aquella época todavía vivíamos felices sin conocer las bombas ni demás actos de índole terrorista, pero tu experiencia me ha recordado esta mía, Madri. Gracias de nuevo.
Un abrazo.
Blasita y Madri,
Si no os molesta, vuestras experiencias me han recordado una de las mías.
No solo los aviones, trenes y veleros podrían ser peligrosos, sino también los autobuses.
Hace muchos años, cuando era joven, fue en un campamento militar ubicado en las Islas Filipinas. Soliamos tomar autobuses rurales a la ciudad.
El camino, muy feo, estaba justo en el borde de la montaña a unas pocas docenas de metros sobre el océano. Era muy estrecho y sinuoso. Abajo había muchas rocas grandes. Los autobuses, llamados «Victory Liner», no tenían puertas ni ventanillas en un lado y en el otro, solo ventanas sin vidrio.
Un día yo viajaba a la ciudad cuando escuché el sonido de disparos. Había un coche viejo corriendo hacia nosotros. Justo detrás del auto, persiguiéndolo, había un vehículo policial. Un policía estaba asomado a la ventana, disparando una pistola al viejo coche. De alguna manera no entraron balas en el autobús y el autobús perdió el borde de la carretera. Yo era demasiado joven y estúpido para tener miedo. Hoy en día, cuando lo recuerdo, me da mucho miedo.
Hola de nuevo:
Agradezco mucho tu participación, Steve. Madre mía, menuda experiencia esa tuya en las Filipinas. Desde luego que sí; bendita inocencia y locura la de la juventud. 🙂
Un cordial saludo.
Buenas noches:
Hace meses que os sigo y hoy quisiera contaros, a raíz del tema que Blasita ha planteado, un viaje que hace más de treinta años, hice a Bilbao desde mi ciudad de León.
Fue en el tren de vía estrecha (FEVE). El viaje duraba 12 horas en asientos de madera y paradas en todas las estaciones y apeaderos.
El tren no estaba electrificado. Era lento, muy lento, 30 o 60km/h como mucho y al estar las ventanillas bajadas, cuando pasábamos por un túnel, nos entraba cantidad de carbonilla que iba directamente a los ojos, al pelo… Solo os puedo decir que yo llevaba una gabardina blanca, que por entonces estaban de moda y llegó toda con puntitos negros que fui incapaz de hacerlos desaparecer.
Pero lo que es ser joven, ya que este viaje lo recuerdo con mucho cariño. Era el primero que hacía yo sola, y en Bilbao me esperaba un familiar.
El paisaje que atravesamos era fantástico y en más de una estación la mayoría de los pasajeros bajábamos al anden para estirar las piernas. En el vagón se charlaba, comíamos los bocadillos preparados en casa, dábamos una cabezadita, había tiempo para todo, Bilbao en esos años, 1970, quedaba lejos, muy lejos de León.
Hoy se mantiene este tren de vía estrecha (feve) que, si ya no se va a Bilbao en él, sí da servicio a todos los pueblos de la montaña de León. Y os puedo asegurar que es una gozada llegar en la Feve a cualquiera de ellos y regresar el mismo día al anochecer.
Un saludo y feliz semana.
Buenas tardes:
¡Bienvenida, Kory! Muchísimas gracias por seguirnos y por compartir con todos nosotros ese viaje tan entrañable. He de decir que el tren es mi medio de transporte favorito para medias distancias y me encantaría tomar el Feve para ir a cualquier pueblito de montaña de León. Fíjate, un tío mío muy querido era de una localidad de León y esta ciudad es una de las primeras que yo elegiría para vivir.
Aquí estamos para cuando puedas y te apetezca pasar por el Café. Gracias de nuevo.
Un cordial saludo.
Buenos días:
Te doy la bienvenida, Kory, al Café Blasita y agradezco tu participación. Qué lástima que solo hace tres o cuatro días que he vuelto de tu ciudad, donde he pasado un mes estupendo. Podríamos habernos visto y charlado un rato tomando un café en la calle Ancha, por ejemplo. Bueno, tal vez el próximo verano. 🙂
—–
Este va al capítulo «Viajes en coche»:
Fue en un viaje que hicimos a Tarragona en una época en que aún no habían proliferado como setas los radares de carretera. En el coche de mi hermano íbamos dos parejas: él, su mujer, la mía y un servidor. En ese momento recorríamos la autopista A-7 hacia el Norte por la provincia de Valencia.
Circulábamos a unos 120 km/h (a mi hermano nunca le ha gustado ser un fitipaldi, palabra que comentábamos en el Café hace unos días). Había muy poca circulación a esas horas del mediodía pero de pronto apareció un coche que nos adelantó. Normal. Se nos puso delante, a corta distancia, y fue disminuyendo su velocidad hasta descender a unos 80 km/h. Pensamos que le habría surgido algún problema de motor y lo que hizo mi hermano fue adelantarlo y retomar la ‘velocidad de crucero’ que llevábamos.
Enseguida, el coche volvió a adelantarnos e hizo la misma maniobra de reducir su velocidad. Resultaba muy extraño. Entonces observamos que los ocupantes eran dos jóvenes –él y ella– que iban riendo y dando muestras de estar pasándoselo muy bien con esa bromita de mal gusto.
Volvimos a adelantarlos pero ellos no cejaron y repitieron una vez más la citada maniobra. Era necesario, pues, actuar de otro modo por nuestra parte. Después de un pequeño cónclave en el que sopesamos distintas posibilidades (entre las que no estaba la de llamar a la policía porque, aunque cueste imaginarlo, hace unos años no existían los teléfonos móviles 🙂 ) . Ganó por 3 a 1 la decisión de aumentar la velocidad a 140 o 150 (con el voto en contra de mi hermano que, como he dicho, no es partidario de la velocidad) para de este modo dejar al otro coche atrás y perderlo de vista.
Así lo hicimos pero el otro coche no se despegaba de nosotros; así que instamos a nuestro conductor a que acelerase un poco más, cosa que hizo mientras musitaba algo, alguna jaculatoria, supongo. El caso es que esta vez tuvimos suerte, ya que veíamos a aquellos locos cada vez más lejos, prueba de que habían desistido de seguir con la diversión (tal vez pensaron en repetir la broma con otro vehículo que no fuera tan rápido).
Tuvimos que mantener esa velocidad durante un rato, para asegurarnos de que
no iban a aparecer de nuevo. Así es como solucionamos ese episodio. Y el resto del viaje transcurrió con normalidad.
Como dato llamativo, puedo decir que durante nuestra huida hacia adelante (nunca mejor dicho), mi hermano, tan prudente él y tan temeroso de la velocidad, había puesto el coche a 205 km/h.
Pega aquí decir la famosa frase: ¡P’habernos matao!
Saludos cordiales. 🙂
Gracias de nuevo, Robin.
Yo también he sido víctima de ese «jueguecito» que tienen algunos conductores de provocar que se les adelante para enseguida adelantarte o de ir circulando a paso de tortuga, acelerar y volver casi a pararse, con el fin de provocar los adelantamientos continuos o ralentizar y hartar al sufridor conductor que le sigue. Asimismo tenemos a los sujetos «graciosos» que aceleran justo cuando están siendo adelantados, provocando infracciones de tráfico y poniendo en peligro al adelantador y a todos los demás de alrededor. Aunque habría que tener en cuenta que, además, están los sujetos despistados, quienes van discutiendo con el acompañante o hablando por teléfono, por ejemplo. Tengo que decir que yo soy como tu hermano, Robin; alguien pensará que soy una mera conductora aburrida, pero no me importa.
Un cordial saludo.
Buenas noches:
¡Que no decaiga!
El autobús fue el medio de transporte que empleamos para movernos por Rottnest Island. Teníamos solo un día, un sábado, e íbamos de sitio en sitio, especialmente playas; nos quedábamos un rato, volvíamos a montar en otro autobús y así pasamos el día hasta que pasó lo que pasó. La flota de autobuses era bastante antigua y los pasajeros variopintos. En el último trayecto que pensábamos a hacer, antes de volver al puerto, de repente el autobús empezó a perder velocidad y desplazarse a trompicones hasta que se murió del todo. Su «defunción» fue celebrada por el gallinero que ocupaba la parte delantera del autobús; quién sabe por qué. Ya había anochecido cuando por fin llegó un vehículo que nos trasladó al principio de la línea, pues los arreglos que habían intentado realizar al decrépito autobús in situ no le devolvieron la vida.
Había un macroconcierto gratuito al aire libre que daba una banda famosa en la explanada cercana al puerto, conque el siguiente ferri y todo alojamiento estaba reservado desde hacía un par de meses. Nosotros teníamos billetes de vuelta para el ferri anterior al último de la noche, el que iba completo debido a que salía justo después del concierto. No llegamos a tiempo para embarcar en nuestro ferri y nuestros esfuerzos de horas por salir de allí o encontrar cualquier tipo de alojamiento para la noche fueron en vano. Al final, nos desplazamos al concierto y, tras el broche de oro, no tuvimos otra que quedarnos a la intemperie esperando la salida del ferri mañanero del domingo—para el que sí conseguimos pasajes, ya que, a esa hora de un domingo, los que se habían quedado en la isla estaban plácidamente durmiendo—.
Creo que este es uno de los casos en los que las ventajas eclipsan a los inconvenientes de los incidentes. Hubo de casi todo, nos lo pasamos realmente bien y, en fin, tengo un recuerdo feliz y entrañable de aquel largo día.
Espero que la noche de este sábado haya sido menos accidentada pero igual de divertida que aquella nuestra. Un cordial saludo para todos y buen domingo.